“El amor en acción es una cosa dura y terrible,
comparado con el amor en sueños”
Fiódor Dostoievski
Tengo un niño en brazos, lleva pañales y una camisita sencilla. Quizás ocho meses sea su edad. Su piel es blanca y sonrosada por la fiebre, contrasta con mi piel. Con ternura lo cargo, beso su mejía y su piel abrasadora quema mis labios. Me invade una tristeza más profunda que la que me produce el lugar tétrico en el que estoy y al que, seguramente, pertenezco. El niño sufre en silencio en mis brazos y mis caricias no lo sanan.
Deambulo de izquierda a derecha tarareando una vieja canción de cuna. Me desespero porque a cada minuto que pasa siento que lo voy perdiendo. Pero... ¿Quién es este niño?... ¿Yo tengo hijo?.... Por qué sufro si ni siquiera sé si es de mi familia. ¿A caso yo tengo familia? El bebé me queda viendo como si leyera mis pensamientos, yo lo abrazo, beso sus mejías, rozo mi mejía contra la suya, sólo sé que lo quiero, que lo amo y que no puedo dejar que se muera... mi angustia se hace cada vez más horrible. En este lugar no puedo hacer nada para ayudarlo. ¿Puedo ayudar a alguien desde mi infortunio?
Siento que el tiempo va avanzando paulatinamente. Cada movimiento que hago queda inmediatamente registrado en el tiempo, como guardado en la cinta de un filme. Empiezo a llorar y mis lágrimas mojan las mejías del chiquillo e inmediatamente se secan. El sufrimiento y la desesperación se convierten en las eternas sensaciones de mi cuerpo. No tengo en este desván un lugar donde colocar a este bebé. Veo mi cama y lo recuesto en las almohadas, a su lado me instalo yo para compartir con él su fiebre, su enfermedad. Deseara sufrirla yo para que él estuviera feliz.
El gusano invisible que vuela por la noche… ha descubierto tu cama… y su amor oscuro, secreto, te consume la vida.
La criatura se queda dormida y yo corro a buscar agua fría y una toalla limpia para colocar paños húmedos en su frente. Lo dejé sobre mi cama, acunado entre mis viejas almohadas. Sus mejías púrpuras me preocupaban.
Al fin encontré algo útil: un recipiente de aluminio y una toalla blanca sirvió para preparar los paños de agua. Corrí sudoroso y ansioso hacia la cama donde me esperaría el niño. Sin embargo, encontré en lugar de la criatura de ocho meses a un chico de más o menos veinte años, de piel marmórea, blanca como papel de china, cabello oscuro como esa noche que ya se hacía eterna. Estaba dormido, sus labios encendidos como semáforo en rojo me paralizaron. No llevaba camisa, sus músculos de tipo enjuto estaban al descubierto, su anatomía me parecía conocida, se veía igual, desvalido como el niño que yo había dejado.
Ese joven estaba acostado en mi lecho, inerme. Sentí incertidumbre. Algo dentro de mí me sugirió continuar mi empresa. Caminé hacia el borde de la cama, situé la vasija en el suelo. Sumergí la toalla en el agua fría, la exprimí y coloqué el paño en la frente del muchacho. Él también ardía en fiebre.
Mi vista recorrió todo su cuerpo hasta detenerse en sus zapatos--estaba como recién llegado--y me moví hacia el extremo del tálamo para quitárselos. Me incliné y retiré suavemente sus zapatillas negras, luego le saqué los calcetines y contemplé sus pies. Tomé nuevamente el recipiente y empecé a echarle suavemente agua en los pies. Quería que despertara, que diera señales, pero seguía impávido.
El gusano invisible que vuela por la noche… ha descubierto tu cama… y su amor oscuro, secreto, te consume la vida.
La zozobra en mi ser seguía siendo la misma. Tenía que ayudar a que ese joven se repusiera. La noche seguía igual, fría. Es como si el tiempo hubiese avanzado rápidamente y me estuviera mostrando el futuro del niño que hace unos segundos había dejado en mi cama, pero a la vez eran dos personas distintas. Dos emociones extrañas.
Me puse en pie y me aproximé hacia el rostro del muchacho. Con el anverso de la mano tanteé la temperatura en su cuello y mejía. Seguía ardiendo. De pronto, en un intervalo de tiempo muy corto, casi inmedible, antes de que yo apartara mi mano de su cuello, abrió los ojos. Eran como la miel, se tornaban ocres y debajo de ellos había unas ojeras azuladas tenuemente.
Me miró con cara de preocupación. Mi rostro esbozó una sonrisa nerviosa. Se enderezó recostándose en el respaldar de la vieja cama de madera, yo sólo lo observaba. Me subí a la cama, me recosté también hacia la cabecera y quedé justamente a su lado. Me rodeó con un brazo y cerró los ojos quedándose dormido e inclinando la cabeza hacia mí, mientras yo sentía sus exhalaciones calientes en mi pecho. Con mi brazo izquierdo acariciaba su cabello, al mismo tiempo que me acomodaba de manera que lo estrujaba en un abrazo fuerte, sintiendo lo caliente de su enfermedad.
Sentía desasosiego, quería quitarle cualquier mal con mi abrazo. Lloré más. Él volteó su mirada hacia mí, cerró los ojos y me estrechó con fuerza. Con esa sensación de angustia me desperté. Estaba sudado y unas lágrimas en mis ojos atestiguaban lo que había vivido en esa otra dimensión. Yo estaba en mi cuarto. Estaba igual que en mi sueño, pero en mi cama no estaba él.
El gusano invisible que vuela por la noche… ha descubierto tu cama… y su amor oscuro, secreto, te consume la vida. W. Blake: “La rosa enferma”
León, Nicaragua, Mayo 2004
Creo que nada nue3vo puedo decirte mi amigo Waldir, quisas que eres un excelente tejedor de sueños, o mas bien un cazador de sueños, te felicito... el detalle del verso o frases entrecruzadas me gustaron y el simbolismo que existen en la historia tambien, eres más que excelente...
ResponderEliminarToc toc,
ResponderEliminar.-Vete de
mi puerta
que es
noche ya.
.-Señor mi
esposa en
estado de
gestacion
esta, y un
rincon es
todo lo
que pedimos.
.-Vete, vete
que los
luceros
en el
horizonte
aparecieron
ya.
.-Por amor
y por caridad,
albergue
os demandamos
ya
mañana nos
marcharemos.
.-Hombre
obstinado
marchate,
quizas en
un
corral
encuentres
paja y lugar.
.-Venimos
de Jerusalen,
frio y hambre
tenemos,
dolores de
parto ademas
aquejan a
mi esposa
que ya no
aguanta mas.
Que tristeza
hombre Jose
que de haber
sabido, en
una mansion
tu hijo
hubiera
nacido.
Felicidad, regocijo y paz, para todos Uds en la alborada de la Natividad.
Lindo Me 109 cito, igual yo deseo lo mejor para usted y para todos los que todavía creen, no solo en la navidad, si no en la magia de que vivir mejo es posible....
ResponderEliminarGracias Aldo, creo que los elogios están demás, con tu opinión y tu voluntad de leer mis cosas me basta y me hacés sentir bien....jejeje
ResponderEliminaratte: Waldir Ruiz