domingo, 17 de julio de 2011

Ana Frank, su Diario y yo



Leí el Diario de Ana Frank cuando tenía 17 años, si no mal recuerdo. No fue hace mucho (…casi 5 años, jeje). Lo leí durante mis vacaciones aburridas de fin de año, después de navidad y toda esa lista de fechas en las que se supone uno está “muy feliz” o “muy triste”.
Haber leído ese libro me hizo más fácil darme cuenta por qué la política ha sido una mierda (con el perdón de ustedes). También, en otro sentido, Ana se volvió para mí en una especie de “amiga”. Su desgarrador relato hacía que yo me identificara con ella a pesar de las grandes diferencias: época, sexo, edad, nacionalidad. Ella de primer mundo, yo tercermundista (nada más y nada menos eh?...jeje)
Ana escribió su Diario durante la persecución nazi y el holocausto que sufrió el pueblo judío durante la segunda guerra mundial. Documentó los dos años que estuvo escondida junto a su familia en un viejo edificio en Ámsterdam, hasta que fueron descubiertos. Aunque esta es la principal fama de su diario, hay otros puntos que la joven toca que me conmovieron y que de igual manera yo los he experimentado.
La sensación que me dejó su diario después que lo leí ha permanecido conmigo a lo largo de estos años. Su vocación de escritora es la misma que  sentí nacer en mí desde que estaba en segundo año de secundaria. Su pensamiento. Su posición ante el mundo. La época que le tocó vivir y su testimonio; que sobrepasa los límites de su raza, de su país, hacen que se convierta en una representante de los perseguidos, de aquellos grupos o sectores de nuestra sociedad que siguen siendo vistos como parias. Muestra la cara diabólica de la discriminación, porque si hay algo a lo que yo le tengo miedo es a eso: la discriminación, ya sea por raza, sexo o lo que sea.
Ana y yo nos preguntamos (ella a sus 14 y yo a mis 16) para qué escribíamos. Yo sabía que quería ser periodista, en particular, porque disfruto escribir. Ella también lo quería ser. Ana y yo estábamos decididos a escribir aunque lo hiciéramos de manera íntima. Ana y yo (y seguramente muchos jóvenes) nos encontramos ante los hechos sin poder, de ninguna manera aparente, cambiarlos. Sin embargo, de lo que sí estamos seguros es que mientras la vida nos regale un sol, aire, en fin una naturaleza que contemplar, no debemos sentirnos tristes. “Porque el espíritu del hombre es grande y pequeña sus acciones”. Podemos hacer que la situación  cambie. Es ahora. 


 Tuyo, Waldir Ruiz


                                                                                             

lunes, 11 de julio de 2011

Abolición de las clases culturales

Regularmente escucho opiniones sobre lo que debo o no debo de leer. Sobre la música que me conviene o no escuchar; y, aunque yo termino haciendo lo que me parece conveniente, no dejan de causarme asombro las ácidas críticas y argumentos que recibo para que abandone la lectura de un libro, de un autor o deje de escuchar a determinado grupo musical.

Alguien por ahí me dijo directamente que no concebía que una persona (como yo) que ha estudiado y leído literatura clásica en su carrera, pierda el tiempo leyendo a Stephenie Meyer. Recuerdo que yo leía el último libro de la saga de vampiros de esta escritora estadounidense titulado “Amanecer”. Bajo la influencia de tal opinión, decidí dejar de leerlo; pues con haber leído los tres primeros lo consideré suficiente.

Entre los círculos literarios e intelectuales en general hay cierta satanización a los productos masivos o comerciales. Se tiene una idea errónea que todo Best seller carece de valor artístico por el simple hecho de tener éxito comercial, de igual manera en la música. Antes de continuar, hay que estar claros de que existen relativamente buenos, mediocres y pésimos libros.

Yo dejé de sentirme culpable por leer a Stephenie Meyer hasta que el profesor Freddy Quezada nos impartió la asignatura de comunicación y globalización con estupendas cátedras sobre las escuelas de la comunicación y sobre culturas híbridas, entre otras. El asunto está en que hoy en día no existe una marcada diferenciación entre alta cultura y cultura de masas, pues los medios de comunicación se han encargado de romper con ello.

La edición de un día de un rotativo sea nacional o internacional, en línea o impreso, llámese EL NUEVO DIARIO o The New York Times, puede llegar a tener información valiosa sobre tantos temas como nos sean posible imaginar y llevar a todo el mundo que sepa leer aquellas obras e historias que sólo la “alta cultura” podía acceder.

Es decir, estamos en la época en que son concebibles todas las combinaciones imaginadas. Las barreras de clases culturales han sido abolidas por los medios de comunicación. En este sentido, alguien puede ser católico y estar a favor del aborto. En los libros de Dan Brown, considerado subliteratura por muchos críticos,  hay tantas referencias culturales que decir que no sirve constituiría también una herejía como decir que el Quijote o la Ilíada no sirven para nada.

Un claro ejemplo que me encontré de cómo la “alta cultura” llega a las grandes masas, se esté consciente o no de ello, es el de la música de la joven cantante mexicana Belinda. Ella incorpora constantemente grandes obras de arte, ya sea de la literatura o de la pintura. Se inspira en estas obras dando paso a un producto que sobrepasa lo híbrido. 

Fijémonos en su nuevo álbum de estudio, específicamente, en su tercer sencillo titulado Dopamina. A parte de que la lírica de la canción haría retorcer de envidia en su tumba al mismo André Bretón (jeje…broma, tampoco así), el video del single está inspirado en nada más y nada menos que en artistas surrealistas como René Magritte, Remedios Varo, el cineasta Luis Buñuel y el antes mencionado Bretón.

En la letra de la canción hasta se escucha mencionar a La Dama de las Camelias del escritor francés Alejandro Dumas. No me cabe duda que las producciones masivas que tanto exasperan a los que quedan de “personajes de alta cultura” se vuelven cada vez más a su “nivel”. ¿Qué más da si disfruto leyendo a Stephenie Meyer y a Emily Brontë de la misma manera? ¿O si comemos nacatamal y lo acompañamos bebiendo Coca-cola? Todo es concebible hoy por hoy.   

domingo, 10 de julio de 2011

La revolución sexual de hoy


Si Freud dijo que “el sexo está entre las orejas” y Francisco de Asís decía que el cuerpo es como un “asno seguidor” de la mente,  y el filósofo norteamericano (todavía presente) Peter Kreeft sintetiza al respecto diciendo que “el jinete es el pensamiento”; yo creo que es el sexo el jinete de nuestra vida. Absolutamente todo gira en torno al sexo.

No hay un día en que no hablemos de sexo o siquiera pensemos en sexo. La publicidad, la televisión, la literatura y por donde le busquemos: siempre hay algo relacionado con el sexo. 

A diferencia de quienes piensan que la sociedad actual está obsesionada con el sexo, yo estoy seguro que no se trata de una “obsesión”, si no de una revolución sexual que desde hace algún tiempo está sacudiendo a los sectores de la sociedad que pretenden menospreciarlo, ignorarlo o “sacramentarlo”.

En este sentido, hay una premisa que es muy difícil refutar y que yo apoyo con mucho entusiasmo: el sexo es natural e innato, por lo tanto debe ser visto como lo que es, algo totalmente inherente a nosotros. 

En un libro de Peter Kreeft titulado “Cómo tomar decisiones” que me gusta parcialmente y considero muy bueno en su totalidad, el autor esboza tres filosofías actuales sobre el sexo: una que rechaza la materia y con ella al sexo (gnosticismo), otra es la que él llama y califica como moderna o filosofía del playboy a la que le atañe libertinaje sexual. Y la que él defiende como la mejor y equilibrada: la filosofía cristiana sobre el sexo.

Por mi parte,  no me atrevería a decir que alguna de esas tres “filosofías actuales” sobre el sexo que distingue Kreeft sea la correcta o la que todos debemos seguir. Yo, en particular, me inclino por la revolución sexual de hoy. Refuto la filosofía cristiana sobre el sexo, ya muy conocida por todos nosotros.

Al respecto me complace mencionar algunos aspectos que la revolución sexual de hoy lleva consigo y que nos involucra a todos, en especial, los jóvenes y las nuevas generaciones como parte del cambio social.  

No se trata de abolir las creencias ni la fe de nadie, simplemente, respetarnos como seres humanos naturales, individuales y sociales, dotados de un sexo que nos diferencia biológicamente; pero que no tiene por qué causar desigualdades en derechos u oportunidades.

Considero que desde hace mucho tiempo el sexo no debe ser gobernado por un rosario o una cruz; sin embargo no ha perdido el valor sagrado, pues sigue siéndolo para quienes lo disfrutan con responsabilidad y para quienes forma parte de la manera de aceptarse y permitirse el don de disfrutar la vida con todo aquello que la naturaleza nos dotó. 

La revolución sexual de hoy promueve conductas saludables basadas en respeto. No podemos negarnos ni negarle a nadie la posibilidad de ser fiel a sus sentimientos, deseos y preferencias con respecto al sexo. No podemos permitir que alguien nos imponga que el sexo sólo es bueno dentro del matrimonio ni algo destinado únicamente a la procreación.

Hay quienes reducen la homosexualidad masculina o femenina a la práctica sexual, olvidando o ignorando el potencial afectivo que pueden llegar  tener estas relaciones, y, aunque, este es un tema que merece ser abordado con profundidad, la revolución sexual de hoy no se tapa los ojos ante la diversidad sexual que ofrece la sociedad de nuestros días. 

Porque el elixir para conseguir la armonía de la vida parece estar “trilladamente” (pensarán algunos) en aceptarnos a nosotros, a los demás y respetarnos mientras razonamos y nos entendemos mirando los hechos, evidencias y argumentos que la historia y la sociedad misma nos ofrece. Esta es la revolución sexual de hoy.