Fotografía by Waldir Ruiz
Creo que todas las personas en algún momento o
siempre en nuestra vida imaginamos o deseamos eso que Julio Cortázar, a través
de Horacio Oliveira el protagonista de la novela Rayuela llama Kibbutz del
deseo. Eso que para mí o para otro nicaragüense sería la Managua soñada, la
Nicaragua ideal, ese no-lugar que sólo existe en nuestra mente, en nuestros
deseos.
Esa Nicaragua, como utopía, aparecería para mí no como la fantasía rosa de unidad desde--y para-- un solo partido político como lo quieren imponer hoy en día (y vaya que desde siempre). No. Por supuesto que no. Esa Nicaragua como Kibbutz deseado sería más bien esa nación que se construye a partir de una generación que se cuestiona todo. Llena de una gente que no permite que le sigan mandando, imponiendo o, peor aún, dictando desde preceptos del pasado.
Y es que no entiendo cómo es que volvemos a caer
en la trampa siempre. No entiendo (o quiero no entender) esa fuerza de
atracción que ejercen esos discursos enternecedores y panfletarios, sean
partidarios, religiosos u oenegizados.
En este punto, aunque no tengo la respuestas,
probablemente plantearnos las preguntas pueda significar un buen primer paso en
el reconocimiento de aquello que requerimos deconstruir y no permitir-nos - de
alguna manera. Esos prejuicios mentales, esa idea judeo-cristiana de un
“salvador”, ese socialismo discursivo y esa cansina historia del dictador. Es
frustrante que colectivamente cometamos los mismos errores de siempre.
Me siento parte de una generación que está harta
de todo eso y quiero romper absolutamente con ese pasado, con esas ideas
caducas, con esos prejuicios, aunque eso signifique no-habitar, renunciar a eso
que sé que no ha funcionado y que nunca funcionará. Tal vez luchando por todo
eso nos acerquemos a esa Managua como utopía. Y digo Managua porque sé que en
muchos sentidos es representativa, no es Managuacentrismo, es la parte por el
todo.
En este sentido, considero que el mayor reto de la
gente joven es renunciar a que nos sigan mandando con esas ideas del pasado.
Con esos discursos humosos. No es cosa de izquierdas y derechas, es un asunto
de gente joven dispuesta a acabar con esos viejos y actualizados mecanismos de
subordinación y censura. Y me refiero a la gente joven en general y en
específico a esos pequeños “dictadores” que se forman en “movimientos”
eme-equis-ene o eme-ye-cero que sólo reproducen lo mismo para los intereses
personales de la poquísima gente poderosa de siempre. Si abandonáramos eso y
empezáramos desde nuestra reflexión quizá nos acercáramos a nuestro Kibbutz deseado.
Me recuredas a uno personaje de Malaji la ultima novela de Henry Petrie
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