sábado, 1 de octubre de 2011

Nota roja

Foto de Andrea Tejeda Korkowski

El policía no me creía, señorita. Para él no estaba bien que un cipote, así como yo, quisiera echar preso a su hermano…yo venía corriendo, estaba desesperado. Yo quería que lo echaran preso, pero el policía me quedó viendo de pie a cabeza, despectivamente, usted sabe, con ese uniforme los hijueputas se las dan de dios… 
Me preguntó mi nombre, mi edad, hasta me pidió la cédula. Yo le dije que mi hermano estaba borracho, que llevaba días así y que justo en ese momento estaba jodiendo el hijueputa borracho, que en su furia podía matar a mi mama o a cualquiera de nosotros…
―Pero, si le dijiste eso, ¿por qué creés que no te tomó la denuncia?—
…Sencillo, porque soy un cipote, señorita, y nadie le cree a un cipote. Como sabrá tengo 15 años, pero yo le dije, y muy clarito a ese policía panzón, que si pasaba algo sería su culpa…
― ¿Pero ese día no mataste a tu hermano?―
Lucía apretó el botón de pausa de la grabadora, vio su reloj y eran las 3:30 de la tarde. Recordó que tenía que entregar la crónica antes del cierre de la edición de ese día. Colocó los auriculares en sus oídos y se hizo una cola en su cabello liso y negro. Se relajó recostándose al asiento y recordó el viaje.

***
El equipo de EL NUEVO DIARIO llegó a “El viejo” en 3 horas y 45 minutos desde Managua. Salieron a las 8:00 am del jueves. Fueron sobre la carretera nueva a León. Lucía, como de costumbre, iba en el asiento del copiloto. En la cabina de pasajeros iba Sánchez el fotógrafo. Lucía mantenía una distancia social cómoda, tanto del chofer como del fotógrafo, pues hablaban de temas estrictamente relacionados con el trabajo, y, según ella, era su manera de darse a respetar.

—niñá, ¿y creés que los de Save The Children, Dos Generaciones y todas esas vainas que se las lanzan de defensoras de los chavalos te dejen entrevistar al cipote bruto ese? La Policía no creo que te deje hacerlo. Yo creo que venimos de balde. Al de La prensa ni siquiera dejaron que lo vieran— dijo Guillermo, el chofer, mientras doblaban en el empalme de Izapa.

—Mirá, la periodista de SUCESOS ya trabajó sobre lo que sucedió el día en que mató al hermano, entrevistó a la familia, a la policía y demás. Ya se sabe que difícilmente le aplicarán la ley, porque lo respaldan los derechos del niño. Lo que el Director quiere es que obtenga la historia de la voz del chavalo, más o menos, la crónica del crimen contada por él. Tratar que la gente conozca más...--le explicaba--Yo estoy segura que me dejarán hablar con el chavalo, ya va a ver Memito---le confirmó Lucía.
Platicando, las horas del viaje se les pasaron rápido. El equipo estaba en la estación policial de El viejo a las 11: 10 minutos de la mañana. Ella vestía una mini falda rosa fucsia con pliegues. Un descuido al sentarse en el viejo sillón de la pequeña recepción del centro policial habría mostrado su diminuta ropa interior a los tres viejos y gordos policías que estaban en el lugar.

Lucía le pidió al fotógrafo que la esperara en la camioneta. Cuando se aproximaba desde el parqueo, hacia la pequeña casa de la estación policial, todos los que ahí se encontraban la observaban, su atuendo siempre llamaba la atención. Los policías ya la habían visto desde la pequeña ventana que
daba vista a la calle.

Foto de Andrea Tejeda Korkowski

***
Presionó play en su grabadora. Continuó escuchando el relato que, según ella, fue fácil conseguir gracias a sus encantos de mujer. Escuchó el tono melancólico y con ira de la voz del adolescente.


Ese día lloré. Lloré porque la justicia no existe. Todo es una mierda. Ese día dejé de creer en Dios, en todos, hasta en mí. Ese hijueputa policía de mierda lo pudo haber evitado, no estaría yo aquí; pero al menos, después de ese día, mi mama y mis hermanas han dormido tranquilas…
― ¿Cómo era tu relación con tu hermano? ¿Por qué era alcohólico?―
Su mujer lo había dejado desde que el alcohol pasó a ser su prioridad. José se llevaba bien conmigo cuando estaba bueno y sano; pero en los últimos años… en los últimos años pasaba uno o dos días, en cama y de goma, y los otros cinco días bebiendo guaro. Se iba desde las ocho de la mañana y volvía, a veces, al mediodía; otras veces, por la noche. Era un infierno.
― ¿Cómo era uno de esos días? ¿Qué pasaba en la casa? ¿Cómo te sentías vos?―
El perro se escondía debajo de la cama. Temblaba de miedo al igual que todos en la casa. Podía ver cómo le recorría el miedo a mi mama y a mis hermanas, era temblor en sus cuerpos, su voz, su mirada. A veces yo me orinaba en mis pantalones, me dolía el estómago y temblaba. Le pedía ayuda a Dios, pero él también se portó igual que ese hijueputa policía. No me oyó. Nadie nos oye, señorita.
― A ver, tranquilo, contame ¿qué pasó el día del incidente?―
El día que acabé con su vida, José apareció en la casa un poco más de las 9 de la noche. Yo estudiaba para mi examen de matemática. Vi correr al perro hacia su escondite, supe que había llegado. Mi mama, con su cara permanentemente agüevada, se apresuró a calentarle la comida. Ella se tragaba las penas con los quehaceres.
José empezó a llamarles putas y zorras a mi mama y a mis hermanas. Golpeaba las puertas de sus cuartos. Mi papa yacía dormido desde hace horas. Siempre invisible y al margen de la situación. No le importaba que le sacara a bailar a mi abuela. A mí me dijo de todo, pero “chavalo hijueputa maricón” eran sus palabras favoritas para referirse a mí.
― ¿Pero en qué momento y cómo decidiste hacer lo que hiciste ?—
Yo no decidí nada. Las cosas pasaron porque así lo demandó la situación. Ese día, simplemente, explotó todo el enturcamiento que le sentía. Vi, una vez más, cómo le tiraba la comida al suelo a mi mama. Después tomó a mi mama del brazo con tal fuerza que la hizo llorar, pero no gritaba para que no la oyéramos. Yo estaba viendo todo desde nuestra pequeña sala. Eso hizo que empezara a hervirme la sangre.
El tufo a guaro era insoportable. Parecía estar impregnado en las paredes de la casa. Eso también me enfurecía, lo aborrecía. Después de un rato, como a las 10:30 de la noche, me fui a dormir. Dejé la puerta de mi cuarto abierta por si acaso le hacía algo a mi mama o algo así…
En la sala de redacción sólo se escuchaba el teclear de los periodistas en sus escritorios. Presionó pausa en la grabadora porque vio a Sánchez, el fotógrafo, aproximarse hacia ella. Llegaba con las fotos impresas, a blanco y negro, de la única estación policial de El Viejo, Chinandega. No tenía fotos del muchacho, porque sólo a ella le habían concedido permiso. Mientras veía las fotos revivió el momento en que llegó al lugar y las probables conjeturas que surgirían entorno al trabajo que le asignaron.
***
Lucía caminó elegantemente y se introdujo a la estación policial. El fotógrafo y el Chofer le observaban las caderas redondeadas desde la camioneta y se sonreían maliciosamente.
---Sólo mate la mamacita, ¿se las tira de seria, ah Sánchez? ---le dijo Guillermo al fotógrafo.
---sí jodido, no tiene ni un año y ya es la favorita del Director---le contestó mientras probaba el flash de la cámara.
--- ¿Quién se coge a la maje ésta?---le pregunta Guillermo.
---Qué voasaber yo, no jodás, la maje está güenota pero parece que mantiene su distancia hasta con los malditazos de los editores---le dice mientras toma dos fotos de prueba hacia la estación policial.
---Ella es de NACIONALES, y las de la página de SUCESOS están que se las lleva el diablo, porque siempre mandan a ésta maje a hacer los reportajes más tuanis—
---Lo que pasa es que como la mae está joven y se gasta tremendo cuerpazo, decíme, ¿qué hombre le va negar una entrevista a una mujer así?---
---Si hombre, pero mala onda con los de SUCESOS, se turquean duro para que ésta venga y haga los temas especiales---

***
El fotógrafo abandonó el escritorio de Lucía dejándole las fotos. Ella volvió a colocar sus auriculares en sus oídos y presionó, nuevamente, play a su grabadora, escuchando atentamente la grabación.

Entonces ya me estaba quedando dormido, cuando su acostumbrado grito me despertó y me llenaba más de arrechura. “¿Cuándo se van a ir de aquí estas putas?”, que busquen hombre y se vayan… Gritaba en medio de la sala. Todas las luces estaban apagadas. Mi papa, por primera vez, le dijo: “Idiay diaverga, ¿no vas a dejar dormir?”, como si se dormía o se descansaba desde que José y su guaro existían.


—Mire viejo hijueputa, a mi no me ande levantando la voz—le dijo ya alterado mi hermano, a mi papa, como si los roles estuvieran invertidos.


—O se calla o lo saco a la calle, el muy hijueputa—le replicó mi papa desde su cuarto, mientras se dirigía hacia la sala. Mi mama, de por sí angustiada, lo siguió y regresó a mi papa de nuevo hacia su cuarto.


Mis hermanas de 25 y 27 años siempre permanecían calladas en el cuarto que compartían. No tenían novio. En una plática les oí que buscarían uno que las sacara del infierno en que vivíamos. Ya eran seis años de estar aguantándole a ese maldito, que ahora, debe estar en el infierno, si acaso existe…

La periodista se conmovía con el relato del muchacho fratricida. Recordó el acoso que ejercían esos policías con la mirada, pero ella reconocía que era parte del ambiente hostil de su profesión. Paró de escuchar la grabación. Escuchó el teclear y murmullo de sus compañeros en la sala de redacción.
***

Lucía estaba en la recepción frente al mismo comisario que hace unas semanas atrás no tomó la denuncia de Luis, el muchacho que asesinó a su hermano y que despertó mucha polémica en el pequeño municipio de El Viejo en Chinandega.

— ¡Buen día!, ¿será que puede atenderme?—le dijo Lucía al oficial gordo que estaba detrás del escritorio tecleando en la máquina de escribir. Estaba sudado y con hambre.
—Claro señorita ¿en qué le podemos servir?—dijo pasando su mano derecha por su frente para quitarse el sudor, mientras la veía un tanto sorprendido y admirado.
—Soy periodista de EL NUEVO DIARIO y ando viendo cómo sigue la situación con el adolescente que mató a su hermano. Seré clara. Sé que lo tienen detenido momentáneamente acá, en espera del fallo. Sé que lo está atendiendo una psicóloga y un médico, pero lo que quiero saber es que si puedo hablar con el muchacho—le dijo sin titubeo alguno.
El policía esbozó una sonrisa nerviosa, miró a un colega que estaba sentado a un lado y le respondió con un tajante no. —No se puede, además, no está el Subcomisionado, nuestro jefe…—dijo en tono lastimero, mientras disimuladamente la veía con lujuria.

***

Lucía meditaba sobre cómo empezar a escribir la crónica. Tenía que llamar la atención. Eran las 4:30 de la tarde. Cruzaba las piernas, pasaba sus manos sobre su cabello, estaba ansiosa. Decidió escuchar el último fragmento del relato.

― ¿Cómo qué hora serían…?―
Tal vez ya eran las doce de la noche, no sé, no me pregunte horas…intentábamos dormir, mientras los gritos e insultos del piruca cesaban con su sueño. Se quedaba dormido en medio de la sala vacía, porque ya ni muebles teníamos, algunos se los había robado y otros los quebraba en sus momentos furiosos, que eran casi siempre…
Yo me quedé dormido y dejé la puerta de mi cuarto abierta. Estaba oscura toda la casa. De pronto, medio dormido, sentí que me caía un chorro de agua relativamente caliente en mi cabeza…me incorporé y le di un empujón al maldito ¡Se estaba orinando el maldito hijueputa!
En su alucine se había metido a mi cuarto, a lo mejor creyendo que era el baño, aunque en otros momentos ya me había escupido con intención de joder. Pero esa orinada fue lo último que le toleré…me hierve la sangre sólo de acordarme.
― ¿Qué sucedió después que lo empujaste?―
Prendí la luz. José se enturcó y se quitó la faja, la enrolló en su mano derecha, lista para golpearme. Se levantaron por la bulla, mi mama y mis hermanas, gritando. El maldito me dejó ir un fajazo que esquivé. Le di otro empujón sacándolo de mi cuarto. Muy rápido me lanzó un segundo y un tercer fajazo que ya no pude esquivar. Me estaba golpeando y le daba a quien se le metía.
Corrí furioso hacia la cocina. Vi el cuchillo con el que mi mama había partido el queso la cena recién pasada. Me siguió hasta ahí. Yo estaba de espalda y me lanzó otro fajazo, esta vez, la hebilla me dio en la espalda. Mi mama lloraba, mis hermanas gritaban…casi no me acuerdo qué hacían, pero querían detenerlo. Mi papa, que ya se había levantado, se apresuró a quitarle la faja, lo sostuvo con fuerza y en ese momento en que los dos forcejeaban nació en mí el valor para cobrarme los golpes y las heridas.
Sentía que iba a vomitar el corazón. Vi pasar todos sus ultrajes en mi mente. Tomé rápido el cuchillo que estaba en la única mesa de la cocinita y me lancé sobre él. Estaba de perfil. Le clavé el cuchillo en el área abdominal, juraría que le perforé el hígado. Y cuando se volteó para mirarme, le clavé tres estocadas más en el estómago… mi papa me apartó de un empujón. Pero yo retrocedí y volví: le clavé el cuchillo de picado y con fuerza entre la clavícula y el cuello, creo que cerca de la yugular. Esa fue la última. Todos me gritaban. Yo temblaba, sudaba, lloraba… ¿Qué hiciste, chavalo? Te arruinaste y te salaste la vida... gritaban…lloraban… y la sangre corría…
***
Presionó stop en la grabadora. El material recopilado era bueno. Una auténtica nota roja. Lucía empezó a escribir muy rápido. Después de tener el rostro con expresión triste y meditabunda, por evocar vívidamente el testimonio de Luis, esbozó una sonrisa burlona al recordar cómo engañó al subcomisionado para obtener la entrevista.
Para empezar, se portó muy amable con él. Uno que otro elogio para inflar su orgullo de policía machista. Aceptó la invitación a almorzar y le dio un número de celular falso cuando le pidió intercambiar números.
El editor le preguntó si ya había terminado de escribir la nota. Quizá el titulo elegido por Lucía ocuparía la portada del día siguiente: “Abel mata a Caín”. Vaciló en destacar o no la denuncia interpuesta por el muchacho días antes, pero para evitar problemas entre el rotativo y la policía decidió minimizar los hechos. Lo que le importaba es cómo mató al hermano, cuántas estocadas le dio. “Eso es lo único que mórbidamente divierte a la gente” pensaba.

Foto de Andrea Tejeda Korkowski

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