lunes, 24 de noviembre de 2014

El primer hombre


Albert Camus/El primer hombre

Quería acercarme a Camus desde hace rato. Leerlo. Amarlo. Odiarlo. Comprenderlo. Y guardarlo. No había podido. La típica historia: procrastinar, procrastinar y procrastinar. Porque, claro, hay libros que seducen más que otros como gente en el mundo. Aunque, ya saben, esas grandes y calcinadoras primeras impresiones resultan en pérdida de tiempo algunas veces; pero así es uno, bueno, así soy yo. El caso es que he llegado a Albert Camus con El Primer Hombre. Por cuestiones del azar, por supuesto.

Recuerdo que quedé prendado de Camus cuando leí por ahí en un cuento de un amigo una cita del ensayo “El mito del Sísifo”. Desde entonces andaba procurando encontrarme con él de forma fortuita (¿?) Y, al fin, he empezado con su última novela escrita. Hay toda una “leyenda” entorno a su publicación, puesto que Camus cargaba con su manuscrito el día en que murió en un accidente automovilístico. 

La novela viene a ser una especie de autobiografía, particularmente, de su infancia. La búsqueda infinita de su padre para entender su origen. La búsqueda del padre que termina siendo la búsqueda de sí mismo y la comprensión  de su vida mediante la recuperación de sus memorias de la infancia. Una reflexión profunda sobre la pobreza como condición determinante para la vida pero no para la determinación del Ser.
 
Me encogí muchas veces, pues me vi a mí y a muchas niñas y niños en la infancia de Jacques Cormery. De nuevo, la educación aparece como esa especie de liberación que “la vida” presenta a los empobrecidos, a los excluidos de la mesa de cerdos del capitalismo. He lagrimeado con esa imagen casi cinematográfica del niño Jacques enseñando a leer a su madre. Y con muchas otras, porque, al contar esa parte de su vida Camus cuenta a muchos pobres, pasados y futuros, del mundo. 

¿Qué tan importante es un padre? ¿Es importante el calificativo de ellos para la vida de uno? ¿Necesarios? ¿Basta una madre, una abuela, alguien? ¿Basta? No sé responder, pero Camus expone algo que me queda resonando: A los cuarenta años reconoce que necesita alguien que le señale el camino y lo repruebe o lo elogie: un padre. La autoridad y no el poder.

 Tal vez necesitamos un guía, diría yo, un ser que nos cuide y respete nuestra libertad mientras nos hacemos grandes o para la vida tal y como la conocemos. Y cuando se van, cuando nos dejan sentimos que quedamos sin raíz (o nacemos sin ella). Sin nada verdadero que nos haga, a lo mejor, volver a quienes fuimos. Y así esta novela del maravilloso Albert Camus me dice que hay historias más allá de las revoluciones, de los héroes, mártires y vencedores. Claro que las hay. 

De joven yo pedía a las personas más de lo que podían dar: una amistad continua, una emoción permanente. Hoy sé pedirles menos de lo que pueden dar: una compañía sin frases. Y sus emociones, su amistad, sus gestos nobles conservan para mí su valor cabal de milagro: un efecto cabal de la gracia. (Hoja IV del manuscrito)

1 comentario:

  1. Quiero leerlo, se me antoja... el es un grande, uno de los grandotes creo.... es indispensable leerlo...

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