Albert Camus/El primer hombre |
Quería acercarme a Camus desde hace rato. Leerlo. Amarlo. Odiarlo. Comprenderlo. Y
guardarlo. No había podido. La típica historia: procrastinar, procrastinar y
procrastinar. Porque, claro, hay libros que seducen más que otros como gente en
el mundo. Aunque, ya saben, esas grandes y calcinadoras primeras impresiones
resultan en pérdida de tiempo algunas veces; pero así es uno, bueno, así soy yo.
El caso es que he llegado a Albert Camus
con El Primer Hombre.
Por cuestiones del azar, por supuesto.
Recuerdo que quedé prendado de Camus cuando leí por ahí en un cuento
de un amigo una cita del ensayo “El mito
del Sísifo”. Desde entonces andaba procurando encontrarme con él de forma
fortuita (¿?) Y, al fin, he empezado con su última novela escrita. Hay toda una
“leyenda” entorno a su publicación, puesto que Camus cargaba con su manuscrito el día en que murió en un accidente
automovilístico.
La
novela viene a ser una especie de autobiografía, particularmente, de su infancia. La búsqueda
infinita de su padre para entender su origen. La búsqueda del padre que termina
siendo la búsqueda de sí mismo y la comprensión de su vida mediante la recuperación de sus
memorias de la infancia. Una reflexión
profunda sobre la pobreza como condición determinante para la vida pero no para
la determinación del Ser.
Me encogí muchas veces, pues me vi a mí y a muchas
niñas y niños en la infancia de Jacques Cormery. De nuevo, la educación aparece
como esa especie de liberación que “la vida” presenta a los empobrecidos, a los
excluidos de la mesa de cerdos del capitalismo. He lagrimeado con esa imagen casi
cinematográfica del niño Jacques enseñando a leer a su madre. Y con muchas
otras, porque, al contar esa parte de su vida Camus cuenta a muchos pobres, pasados y futuros, del mundo.
¿Qué tan importante
es un padre? ¿Es importante
el calificativo de ellos para la vida de uno? ¿Necesarios? ¿Basta una madre,
una abuela, alguien? ¿Basta? No sé responder, pero Camus expone algo que me queda
resonando: A los cuarenta años reconoce
que necesita alguien que le señale el camino y lo repruebe o lo elogie: un
padre. La autoridad y no el poder.
Tal vez necesitamos
un guía, diría yo, un ser que nos cuide y respete nuestra libertad mientras nos
hacemos grandes o para la vida tal y como la conocemos. Y cuando se van, cuando
nos dejan sentimos que quedamos sin raíz (o nacemos sin ella). Sin nada
verdadero que nos haga, a lo mejor, volver a quienes fuimos. Y así esta novela
del maravilloso Albert Camus me dice que hay historias más allá de
las revoluciones, de los héroes, mártires y vencedores. Claro que las hay.
De
joven yo pedía a las personas más de lo que podían dar: una amistad continua,
una emoción permanente. Hoy sé pedirles menos de lo que pueden dar: una
compañía sin frases. Y sus emociones, su amistad, sus gestos nobles conservan
para mí su valor cabal de milagro: un efecto cabal de la gracia. (Hoja IV del
manuscrito)
Quiero leerlo, se me antoja... el es un grande, uno de los grandotes creo.... es indispensable leerlo...
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