sábado, 26 de marzo de 2016

Una imagen de febrero y La Cueca Sola




{Este primero de febrero me ha regalado una imagen hermosa. Después de una semana volví a ver a Tin, que se encontraba de vacaciones en Chile. Lo extrañé un montón y cuando vino tuve inmensas ganas de abrazarlo. Me sentí un poco nervioso. Sentí ganas de que me abrazara.  Cada cosa que deseé, la hizo. Me abrazó, me besó… Yo también hice lo mismo. De Chile regresó con un sabor y olor a mar y sol que me encantó. Ahí, en el sillón, nos besamos y abrazamos por largo rato. También me trajo de regalo un libro de testimonios de mujeres chilenas que quedaron viudas o perdieron un ser querido por la dictadura de Pinochet. Ese regalo, también, fue hermoso…  
  (Lunes, 16 de febrero de 2016)}

… Y así llegó a mis manos La Cueca Sola, un libro que contiene los testimonios en primera persona de seis mujeres que vivieron en carne propia la era del terror en chile: la dictadura de Augusto Pinochet tras el golpe de Estado y asesinato de Salvador Allende. El investigador Flavio Salgado Bustillos nos contextualiza y nos trae el relato de la memoria del mal en voz de sus sobrevivientes.

A menudo, las memorias de dictadura, cuentan con innumerables relatos de hombres; pero, cuando la búsqueda de esta reconstrucción de memoria es atravesada por un enfoque de género y se da espacio al testimonio de mujeres, se descubre que las desigualdades de género abarcan dispositivos de tortura diseñados, con lujo de crueldad, para torturar singularmente a las mujeres. 

Y este trabajo, esta reconstrucción de la memoria, sin duda, se agradece. Pues así como cita  Salgado Bustillos a Todorov en relación a recordar y olvidar, “la recuperación del pasado es un derecho legítimo en democracia; pero no podría ser un deber. Sería cruel obligar a una persona a rememorar los hechos más dolorosos de su pasado. Bajo esta premisa, el derecho al olvido también existe y es una opción.” Pero aquí mantener la memoria colectiva es necesario en cuanto a no repetir y evitar que vuelva el terrorismo de Estado. 

Otro aspecto destacable de este libro es que recupera el trabajo de mujeres organizadas que, pese a todo, han seguido la lucha por la igualdad y la permanente búsqueda de la justicia para ellas, sus familiares y todas las personas que fueron víctimas por el aparato represor de la dictadura de Pinochet. Estas mujeres chilenas que protestaban son sin duda un ejemplo de la resistencia de muchas mujeres en Latinoamérica. Ese acto pacífico de bailar la Cueca Sola en Plaza de Armas durante la dictadura de Pinochet dice mucho de su valentía en esos tiempos de horror.

Estas mujeres me recordaron a las abuelas de plaza de mayo acá en Argentina. Y a muchas otras mujeres que conozco. Me estremecí con cada uno de sus recuerdos. Los imaginé, los sufrí y los lloré con ellas. Son testimonios que entregan mucha tristeza; pero mucha esperanza también, ganas de resistir y seguir intentándolo todo por la justicia, por nuestra justicia. 

Y uno de los recuerdos que más me rompió el corazón fue el de doña Violeta Zúñiga, una de las bailarinas principales de la Cueca Sola,  quien a sus 81 años rememoró para el libro a su compañero desaparecido; Pedro, como lo llama ella. A quien a veces recuerda en un sueño—recurrente— en que van en barcos diferentes solo alcanzándose a saludar con un gesto que se pierde en la distancia. “Él viene a visitarme y le digo. ¿Por qué vienes y te vas? Le reclamo que se quede conmigo. Luego despierto y vuelvo a la misma soledad.”  Así con mucha nostalgia y tristeza terminé de leer  La Cueca Sola, mujeres, memoria y lucha (ni perdón ni olvido) Y yo hoy, no quiero recordar.


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