domingo, 27 de abril de 2014

Eyaculando amor



Qué difícil suele ser para un hombre lidiar con su parte afectiva. Ese lado oscuro de la luna del varón. Esa parte, digamos si se quiere ver así, en algunos “inexistente” “castrada” o “inútil”.  Sea como sea, antes debemos saber que los sentimientos y afectos en nuestra sociedad hoy por hoy están cada vez más escasos y antes de ser cursis mejor pasemos a ser cualquier cosa. 
Aun recuerdo que una de mis tesis conclusivas en mi investigación sobre las masculinidades en Managua fue que los chavalos, por influencia del sistema machista y patriarcal, disociaban fácilmente el afecto de las relaciones sexuales coitales a diferencia de las chavalas que expresaban necesitar estar involucradas afectivamente para el sexo.
 
Y es verdad, nuestra sexualidad desde la educación machista de nuestras familias y de nuestro sistema educativo suele ser enseñada como sencilla y extremadamente permisiva, sin ningún interés hacia nuestro autocuido. Y, por supuesto, nadie nos enseña a dar ni recibir afecto, ni siquiera se nos plantea como algo importante ni como algo de lo que tengamos que hablar.

En mi camino por deconstruirme y trabajar mi construcción en un ser humano cada vez más lejos de esas representaciones y manifestaciones del machismo, me he encontrado con la difícil tarea de enfrentarme a esa parte afectiva inexplorada e ignorada de mi humanidad cuando me educaron “para ser un hombre de bien”. Mi necesidad de explorarla y mi hastío contra un sistema en el que cada vez encajo menos ha sido el detonante para mi búsqueda de nuevas formas de amar.

Viene a mi memoria esa vez en que tuve mi primer intento de sexo casual. Estábamos ahí en el lugar listos para empezar “el arte amatorio sin conocernos”, pero me eché para atrás cuando lo primero que el tipo hizo fue enseñarme su pene en lugar de besarme. ¿Por qué preferimos eso? ¿Cómo escapar (sin parecer loco) a un sistema que ha genitalizado el placer e ignorado el afecto? Y qué decir de esas palmaditas en la espalda en un bar, cuando lo que apetecía era un enorme abrazo. ¿Por qué nos reprimimos aun sabiendo que nos reprimimos?

Ahora pensemos en esos hombres que ven en el alcohol un catalizador de sus sentimientos y su valentía. Cuántas consecuencias podríamos enumerar de esta represión afectiva. Cuánto dolor hay detrás de cada palabra afectiva que no decimos, de cada abrazo que nos negamos y de cada beso que preferimos dejar para la antesala del sexo. Y se nos hace más sonrojante hablar de que estamos enganchados o enamorados  de nuestro último agarre que de la manera en que tuvimos sexo. Si, y el amor es nuestra—no tan— nueva mala palabra. 

Recuerdo mis monólogos en alguna tercera cita. Vamos, Waldir, tranquilo, que no vaya a pensar que estás cayendo por él. Y que te gusta mucho. Y que podrías quererle hasta los huesos y el alma. Que no vaya a ver en tus ojos pizca de amor. No vaya a ser y lo espantés. No. Por supuesto que no. Nadie aquí pretender enamorarse… Ni siquiera yo.

Y pretendo ser claro. No hablo de marketing rojo un catorce de febrero. Ni más del mismo heterosexualcentrismo con el que se ha visto el amor, los sentimientos y  las relaciones. Hablo desde el aburrimiento y hastío que producen esas repeticiones de género, actitudes sexistas, roles aprendidos, de violencia y represión afectiva. Hablo desde las ganas de re-escribir mi historia.


Diseño de Daniel Hz

1 comentario:

  1. que te digo waldir, amar para un hombre lo disminuye sexualmente, piensan segun el numero de espermatozoides que expulsan, es decir de forma limitada....

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