Qué difícil suele ser para un hombre
lidiar con su parte afectiva. Ese lado oscuro de la luna del varón. Esa parte,
digamos si se quiere ver así, en algunos “inexistente” “castrada” o “inútil”. Sea como sea, antes debemos saber que los
sentimientos y afectos en nuestra sociedad hoy por hoy están cada vez más
escasos y antes de ser cursis mejor pasemos a ser cualquier cosa.
Aun recuerdo que una de mis tesis
conclusivas en mi investigación sobre las masculinidades en Managua fue que los
chavalos, por influencia del sistema machista y patriarcal, disociaban
fácilmente el afecto de las relaciones sexuales coitales a diferencia de las
chavalas que expresaban necesitar estar involucradas afectivamente para el
sexo.
Y es verdad, nuestra sexualidad desde
la educación machista de nuestras familias y de nuestro sistema educativo suele
ser enseñada como sencilla y extremadamente permisiva, sin ningún interés hacia
nuestro autocuido. Y, por supuesto, nadie nos enseña a dar ni recibir afecto,
ni siquiera se nos plantea como algo importante ni como algo de lo que tengamos
que hablar.
En mi camino por deconstruirme y
trabajar mi construcción en un ser humano cada vez más lejos de esas
representaciones y manifestaciones del machismo, me he encontrado con la
difícil tarea de enfrentarme a esa parte afectiva inexplorada e ignorada de mi
humanidad cuando me educaron “para ser un hombre de bien”. Mi necesidad de
explorarla y mi hastío contra un sistema en el que cada vez encajo menos ha
sido el detonante para mi búsqueda de nuevas formas de amar.
Viene a mi memoria esa vez en que tuve
mi primer intento de sexo casual. Estábamos ahí en el lugar listos para empezar
“el arte amatorio sin conocernos”, pero me eché para atrás cuando lo primero
que el tipo hizo fue enseñarme su pene en lugar de besarme. ¿Por qué preferimos
eso? ¿Cómo escapar (sin parecer loco) a un sistema que ha genitalizado el
placer e ignorado el afecto? Y qué decir de esas palmaditas en la espalda en un
bar, cuando lo que apetecía era un enorme abrazo. ¿Por qué nos reprimimos aun
sabiendo que nos reprimimos?
Ahora pensemos en esos hombres que ven
en el alcohol un catalizador de sus sentimientos y su valentía. Cuántas
consecuencias podríamos enumerar de esta represión afectiva. Cuánto dolor hay
detrás de cada palabra afectiva que no decimos, de cada abrazo que nos negamos
y de cada beso que preferimos dejar para la antesala del sexo. Y se nos hace
más sonrojante hablar de que estamos enganchados
o enamorados de nuestro último agarre que de la manera en que tuvimos
sexo. Si, y el amor es nuestra—no tan— nueva mala palabra.
Recuerdo mis monólogos en alguna
tercera cita. Vamos, Waldir, tranquilo,
que no vaya a pensar que estás cayendo por él. Y que te gusta mucho. Y que
podrías quererle hasta los huesos y el alma. Que no vaya a ver en tus ojos
pizca de amor. No vaya a ser y lo espantés. No. Por supuesto que no. Nadie aquí
pretender enamorarse… Ni siquiera yo.
Y pretendo ser claro. No hablo de
marketing rojo un catorce de febrero. Ni más del mismo heterosexualcentrismo
con el que se ha visto el amor, los sentimientos y las relaciones. Hablo desde el aburrimiento y
hastío que producen esas repeticiones de género, actitudes sexistas, roles
aprendidos, de violencia y represión afectiva. Hablo desde las ganas de
re-escribir mi historia.
Diseño de Daniel Hz |
que te digo waldir, amar para un hombre lo disminuye sexualmente, piensan segun el numero de espermatozoides que expulsan, es decir de forma limitada....
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