En algún momento el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, llamó al acto de la masturbación: el vicio solitario, por razones muy claras para todos. Esta denominación le atribuye un efecto negativo al acto de procurarse placer sexual, y, aunque, actualmente se sabe que es un acto natural del ser humano, sabemos que en los extremos de cualquier actividad, muchas veces está el peligro.
Pero, como no pretendo discutir si la masturbación es buena o no, porque claro está que a muchos chavalos y chavalas nos saca de apuro, y me permito involucrar a las mujeres porque hay que desmitificar que los hombres somos los únicos que disfrutamos de “hacer el amor con uno mismo” como diría el famoso y prolífico Director de cine Woody Allen.
No me opongo en ningún sentido a este acto, ni juzgo a quienes lo practican, ni tildo de reprimidos a los que se privan de hacerlo. Cada persona tiene derecho a vivir su sexualidad de la forma que considere satisfactorio, siempre que se respete a los demás y no se perjudique a nadie. Hay muchas formas de masturbarse—dicen--, pero hacerlo en un cibercafé exponiéndose a que lo vea cualquier usuario del ciber es, sinceramente, repugnante.
Les cuento: un día de la semana pasada a eso de las ocho de la noche me dispuse a visitar un ciber para revisar mi correo, descargar unas canciones e investigar una pequeña tarea de la universidad (dicho en el orden de prioridad estudiantil). Suelo llevar mi computadora y conectarme inalámbricamente, pero la pereza me ganó y me fui sin más que mi USB personal. Por suerte, no estaba lleno, había dos máquinas libres y le pedí una hora a quien lo atendía.
Imagínense que el ciber es un espacio cuadrado con máquinas en filas en cada pared, de modo que queda la fila de un lado frente al otro, con un espacio reducido en el centro. Yo, quedé frente a la fila que estaba completamente llena de personas usando las computadoras, mi vista recorrió el lugar como de costumbre y empecé a “navegar” en la web. Un tipo como de unos cuarenta años o menos estaba en frente, con audífonos puestos.
Al cabo de media hora, creo que mi curiosidad de periodista y mi costumbre de estar observando a mi alrededor hizo que rápido me diera cuenta que dicho sujeto estaba masturbándose, seguramente, viendo pornografía. Aunque en el ciber abundan rótulos coloridos que dicen “prohibido visitar sitios pornográficos”, al parecer el tipo no los leyó al entrar. La camiseta blanca, bastante holgada que llevaba puesta le servía para ocultar el frenético movimiento cuando alguien pasaba.
Dicho acontecimiento que puede suscitar asombro vale una infinidad de reflexiones. No soy psicólogo para precisar una patología a este sujeto, sin embargo, considero que ahí está la raíz de algunos problemas. Creo que la masturbación cuando se vuelve un vicio que afecta otras actividades de la vida y se convierte en algo que no puedes evitar, significa que estás frente a un enorme problema.
Por otro lado, a estos ciber llegan muchos niños de primaria o secundaria a investigar en internet; pero, por lo que he presenciado, ya no sólo se exponen a los peligros que la misma red conlleva, si no a maniáticos sexuales que no les importa masturbarse en público. A lo mejor hay algo que se deba añadir a esos rótulos que prohíben navegar en sitios pornográficos: “mastúrbese en su casa”.