Es sábado 14 de octubre de 2023, tras cinco años de
su desplazamiento desde la capital, Elena parece haber hallado un nuevo
comienzo en las afueras de Nagarote, que a la fecha ya se conoce al revés y
derecho, algo no tan difícil en un pueblo relativamente pequeño. El 2018 fue un
año difícil para todos, pero siempre más difícil para una chica trans como
Elena, quien en su vida siempre le ha tocado huir de la hostilidad.
El reloj
marca las 11: 00 a.m. Elena comenta que tal vez no salga esta noche porque le
da miedo el eclipse anular de Sol del que han pasado hablando los noticieros y
los horóscopos que consume cotidianamente, mientras pica la cebolla por la que
cobra 100 pesos la docena, como trabajadora de las quesilleras de su cuadra.
Entre risas cuenta que ya no come quesillos, que ya se aburrió con solo picar
cebollas, que antes de llegar a Nagarote era de sus comidas típicas favoritas
pero la repetición mató el gusto.
Está muy curiosa con el tema del eclipse, demuestra respeto y misticismo hacia los hechos astrológicos. Dice que las reuniones son malas y las fiestas peor. “Mejor ni hartarse guaro con nadie” dice. Rememora que en eclipses anulares pasados se han muerto conocidos y familiares a causa de suicidio. Parecen ser memorias heredadas porque se le ve joven: 28 años confiesa entre carcajadas, mientras amontona la cebolla. Teme salir a la noche, pero igual está esperando que su amiga la Sharon le confirme si van a ir donde Johny que, como siempre, los sábados se pone muy alegre, llega mucha gente y ellas consiguen bailar y quien las invite a algunas cervezas.
“Donde Johny” es un bar popular, con roconola y
música “levanta polvo”, que abre los sábados y domingos. Muy gustado por los
sectores más populares, donde las chicas trans tienen excepcional aceptación.
Elena lo sabe y no pierde oportunidad de organizarse con sus amigas para asistir
cada sábado. Este no será la excepción, aunque vaya contra sus propias
supersticiones astrológicas.
A las 7:30 Pm la Elena recibe la confirmación de la
Sharon. Una ducha larga, una manicura improvisada y un lápiz labial que se
pasan entre ellas las prepara para su salida. Cuando llegan “Donde Johny”, el
bar está a tope de gente y la música estridente. El sitio se puede permitir la
música alta en un pueblo anodino y conservador que duerme, porque queda en las
afueras, a donde las calles todavía son de tierra y hay potreros vacíos entre
una casa y otra.
El lugar no es nada del otro mundo: una construcción
nueva, algo grande, donde tres portones se abren de par en par para recibir a
sus visitantes, donde se extiende un galerón con mesas y, de frente a la entrada
principal, la roconola. Al fondo, protegida con verjas, la casa del dueño.
Se sientan y piden una botella de ron barato con
jugo de naranja como pase. Hablan temas varios mientras visualizan caras
conocidas. A lo lejos en otra mesa reconocen a otras chicas trans que no son
sus amigas. Empiezan a hacer chistes sobre con quiénes andan y cómo andan
vestidas. Repasan enamorados compartidos y ventilan celos y resentimientos.
Pasan las horas, bailan, toman, también visualizan
al posible borracho a quien “cascar” a cambio de unos besos. Hacia la
medianoche el ambiente sigue alegre, ruidoso, con conciencias distorsionadas,
cuando de pronto se oye una detonación y el ruido de unos machetes. La Elena
coge del brazo a la Sharon y la trae con fuerza hacia sí, le recuerda lo del
eclipse, le grita “vámonos”, antes de dejar olvidadas las sandalias en otra
huida de las tantas violencias cotidianas en su vida. Esta vez, por suerte no
fue con ellas, dos borrachos se mataban entre ellos y el dueño del bar llamaba
a la policía.
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