En el imaginario social, colectivo y popular las personas nicaragüenses tienen una forma bastante especial de percibir y describir las disidencias sexuales y de género de su entorno. Es un conocimiento popular bastante desapegado de las categorías elaboradas y construidas por la teoría queer o el movimiento LGBT a nivel internacional u occidental. Es a su vez, una nomenclatura pragmática y despectiva que reduce las disidencias sexuales y de género al término cochón/a construyendo desde este discurso algo que perfectamente podría entenderse como “tercer género” en códigos simbólicos que construyen realidades, desde prácticas sexuales hasta acciones discriminatorias y violencias que, lamentablemente muchas veces, terminan en crímenes de odio.
No quisiera profundizar en el origen etimológico del término cochón porque lo que me interesa es describir brevemente cómo este vocablo es empleado popularmente para construir otro género. Cochón suele tener dos acepciones semánticas en el habla nicaragüense, por un lado, es usado para definir al hombre y/o la mujer homosexual (extensivo a personas trans) y, por otro, como definición de cobarde. En este artículo claramente nos interesan los usos del vocablo en el campo semántico relacionado a las prácticas sexuales y de género.
En Nicaragua una persona travesti, una persona trans, una lesbiana y un homosexual son todos cochon(es). Una característica es que los sujetos designados cochones son personas que en algún momento asumieron abiertamente su disidencia sexual o de género, aquí nos referimos al homosexual bastante femenino, a la lesbiana bastante masculina y a las personas travestis y/o trans. A menudo, las personas homosexuales con un performance de género más cis-normativo, sean “discretos” o no, suelen escapar a las designaciones—siempre despectivas--- de este término. La cochona y el cochón siempre implican una transgresión a la heteronormatividad y a los estereotipos de género.
En el aspecto relacionado a las prácticas sexuales sucede algo interesante de describir, aparece una variante del vocablo que designa y describe tanto al homosexual activo en su rol sexual y cisgénero en su expresión, al bisexual y/o al hombre que no asume en ningún momento una identidad sexual o de género pero que practica, sostiene o realiza a lo largo de su vida o en algún momento particular, relaciones sexuales o coitales con los cochones. A estas personas, mayoritariamente hombres, se les suele llamar popularmente cochoneros.
El cochonero pocas veces siente que está transgrediendo la heteronormatividad. El cochonero es muy apegado, de hecho, a los parámetros de la heteronorma y es cisgénero, pero al cochonero le encanta, por placer y por poder, penetrar los cuerpos de los cochones que en un ejercicio de poder discursivo han sido construidos colectiva y previamente como femeninos. Una especie de feminidad “atrofiada” puesto que no llegan a ser consideradas “mujeres u hombres normativos” pero femeninos al final de cuentas. Y es en esta construcción del sujeto designado cochón como una construcción extensiva de la feminidad, como cuerpos feminizados, es que el vocablo, a mi juicio, trasciende la función lingüística y semántica de designar despectivamente una práctica sexual y construye género en los imaginarios colectivos populares de los nicaragüenses.
Me gustaría en otros artículos poder continuar estas premisas y desarrollar un poco más descriptivamente lo que sucede con los hombres trans y las lesbianas designadas cochonas porque si bien entran y forman parte de esta categoría o universo “cochón” que me aventuro a sugerir como tercer género desde una descripción de los imaginarios colectivos populares en Nicaragua, creo que los mecanismos discursivos y reales que pesan sobre los cuerpos de las cochonas son otros y son diferentes.
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