Despedirse de
la ciudad con el miedo de no poder volver. Despedirse de la ciudad tras haber
sido transformado por ella. Llorar por aquellas cosas que nunca deseaste que
pasaran, por las que no se cumplieron y por las que sí sucedieron. Por las
miradas inesperadas que nos cambiaron para siempre. Córdoba estaba ahí como si
nada hubiera pasado.
Esta vez me
bañé con mucho tiempo de anticipación porque ducharme es tal vez la actividad
que realizo más lentamente. Era mi último día en Argentina. Después de tres años y unas semanas me iba.
Finalmente me iba. ¿Quién lo iba decir? De aquel grupo de estudiantes yo
siempre mostré unas inmensas ganas de quedarme, pero me iba. Hice la maleta
lentamente resistiendo las ganas de dejar todo para viajar ligero, el peso del
corazón ya era suficiente.
Me vestí y
estuve listo a tiempo. La Mari que dijo que llegaba finalmente no llegó, el
cigarro que me regaló la Juli no me lo pude fumar. Fui varias veces a la cocina
por nada en particular. Vi varias veces por la ventana, las calles, vi las
paredes amarillas, la pecera de Víctor…
Sentía venir como pequeñas olas un ataque de risas nerviosas. Estaba en
el living haciendo tiempo y apareció Fede con este libro hermoso: “Las ciudades
invisibles” de ítalo Calvino . La dedicatoria en lápiz de grafito me achicó el
corazón de ternura.
Antes de
conocer a Fede venía de un periodo de silencios y de pocas conversaciones
estimulantes. Fede le puso un color interesante a mis últimos días en
Argentina. Fue absolutamente uno de esos regalos del cosmo que llegan para
quedarse y cambiarte para siempre. Y ahí estaba él con este libro sobre las
ciudades como el desenlace perfecto. Lo terminé de leer hace unos días y acá
estoy esperando que mi memoria empiece a repetir los signos para que la ciudad
empiece a existir, esta vez, dentro de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario