Estuve leyendo a principios de este año una “antología
personal” de Jorge Luis Borges que me prestó mi amiga Marcela del blog “Crónicas alicoradas”.
Se trataba de una vieja edición del Club
Bruguera, un pequeño libro amarillo que le heredó su padre. Hoy decidí devolvérselo
después de meses en mi mesita de noche.
Creo que siempre huí de Borges, no estoy seguro
por qué, pero dentro de lo que se me ocurre está el que sea un escritor aclamado,
amado y valorado. No sé, no estoy seguro, repito. El punto es que leí esta
antología que me prestó la Marce y la disfruté con algunos tintes de
padecimiento porque se me hizo inescrutable a veces, clásico, rebuscado… Muy
lejos de mí, de mi mood súper contemporáneo
en el que estoy ahora...
De sus poemas adoré Junín y Fundación mítica de
Buenos Aires. Este último será de mis favoritos por siempre. De su prosa, El puñal. De sus relatos, Emma Zunz. De sus ensayos, el que escribió sobre Oscar
Wilde es de mis favoritos; pero, no sé si por él o por Oscar. Es hermoso.
Me gustó mucho poder acercarme a Borges en el
verano pasado. Lo recuerdo entre los calores, la lluvia, el café con leche… y
creo que volveré a él como se vuelve a todo lo difícil. Como para desenlazar
nudo, digo. O quizás no.
Siempre estará Borges acechando...
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