jueves, 30 de noviembre de 2017

Día 12




¿Un libro es un objeto? ¿Los objetos tienen alma? No puedo responder esas preguntas.

 “El libro del fantasma” es un libro de cuentos de Alejandro Dolina. Me lo regaló Martín el año pasado. Es difícil pensar en Martín y no recordar su entrepierna. Cómo me gustaba su entrepierna. Se supone que Alejandro Dolina era el escritor favorito de Martín y “El libro del fantasma” era el primer libro, de Dolina, que llegó a sus manos como un regalo de su padre en la infancia.

Eso fue más o menos lo que me dijo el día que me lo regaló. Yo había regresado a Córdoba Capital tras dos semanas en Buenos Aires. Para ese entonces nuestra “amistad” pendía de un hilo; pero, sin razones o con ganas, nos aferrábamos a seguir viéndonos. Me regaló “El libro del fantasma” con la invitación para ir a ver a Dolina en una presentación en la ciudad y fue el último grito al vacío de nuestros intentos. El amor, definitivamente, no se intenta: sucede nada más. Y a él ya no le sucedía nada.

Dentro del libro dejé mi entrada y lo guardé. Era un compromiso. En ese entonces asumimos el futuro de ir juntos al recital. Recuerdo que estuve muy contento por ese regalo, tan significativo esa noche, que lo llené de mimos. Y jugué metiendo mi cabeza debajo de su remera grande, como de costumbre, mientras le daba besitos en la pansa y reposé, también, un rato con mi mejilla apoyada en su entrepierna.  

Durante los meses tormentosos--y dulces-- que siguieron hubo uno en que “El libro del fantasma” fue pedido devuelta por él. Recuerdo que estaba enojado porque yo le grité por teléfono que no me volviera a llamar nunca más después de insultarlo con esa forma particular mía de insultar. Yo estaba muy enojado porque canceló un plan que teníamos la noche anterior y cuando llamó para reprogramarlo, toda la frustración de los últimos meses de mala relación estalló. Pero ese enojo pasó de largo cuando le abrí la puerta y lo hice pasar a la casa. Ese día nos contentamos y metió sus sucias manos, de nuevo, dentro de mis pantalones. Me desordenó entero. El libro se quedó conmigo desde entonces. Martín no volvió más.

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