viernes, 5 de diciembre de 2014

¿Myu, qué le hiciste a Sumire?

Sputnik, mi amor /Haruki Murakami / Fotografía by Waldir Ruiz

Qué novela más rara y encantadora. Si no me quedaran algunos libros por leer en este año, diría que esta es la novela que más me ha emocionado. “Sputnik, mi amor” me deja claro por qué Haruki Murakami es quién es. Misteriosamente grandote.  Y realmente los libros llegan cuando tienen que llegar y si Murakami tenía algún objetivo, he de decir románticamente que, lo ha cumplido conmigo.

¿Qué sucede? ¿Qué es esto que está pasando por dios? Dios, ¿MyÛ, qué  le hiciste a Sumire? ¿Qué es esta fumada?  Les juro que pasé así todo el tiempo. Era como estar al borde de un barranco todo el tiempo. Empezaba a leerla cada madrugada, cada día, para poder soltarlo a fuerza de sueño porque era tan difícil soltar esta historia. Hasta que al fin me ha dejado como quien te cuelga una conversación importante y entretenida en el teléfono.

No podría decir desde cuándo, pero desde hace algún tiempo considerable traigo un trastorno (por así decirlo) de repudiar o que, de entrada, no me guste una novela cuyo personaje principal sea un escritor o una escritora. Les he puesto obsesión y no me gustan, al menos por ahora. Temí que me pasara eso con Sputnik, mi amor porque al leer la sinopsis de que una de las protagonistas era una chavala obsesionada con ser novelista. ¡Fail!, me dije. Eso es lo que no me gustaba de “Debajo de la cama”, como referencia cercana, por ejemplo.

Pero no, más allá de eso, esta novela de Murakami versa de la imposibilidad de las palabras y, contradictoriamente, de la posibilidad de las mismas para establecer comunicación entre muchos mundos y en diversas direcciones. Y eso es Sumire dentro del relato. 

Se dice, he leído y oído que, particularmente, esta novela es El Mito de Murakami. Pero los mitos son descifrables. Dejan pistas y se nos muestran como posibles verdades y atajos ante los largos caminos. Pizcas de sabiduría para comprender muchas cosas de la vida. Y esta novela tiene algo de eso sin ser trivial; pero el enigma, al menos, parte de él se mantiene. Siento que, al menos, en esta primer lectura no puedo decodificarla toda.
 
Dicen que los mejores libros son aquellos que nos cuentan cosas que ya sabemos. Así lo deja claro Orwell en algún pasaje de 1984 que no puedo citar como se debe ahora. Y entiendo por “cosas que ya sabemos”, aquellas que no hemos leído, si no, que las hemos aprendido con la vida. Y a mí esta novela me reafirma que uno no puede ser el mismo siempre. Hay un antes y un después cada día de nuestras vidas. Y nuestros yoes van quedando como mudas de piel de animal. Y ya no somos eso que fuimos ni seremos más los mismos. Porque chocamos en algún momento con sucesos que nos escinden. Y van surgiendo otros yoes y, tal vez, recordamos con nostalgia quiénes solíamos ser algún día.  

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