Independencia es una palabra que me gusta. Como
término político me encanta, pues tiene unos significados históricos de mucha
lucha y un sabor a tierra prometida nunca conquistada. Me gusta como la democracia:
con todo y ese halo de utopía que las rodea, pero que las mantiene vivas.
¡Palabras nada más!
Pero amo decir que soy comunicador independiente,
periodista independiente, activista LGBT independiente… A todo lo que hago me
encanta ponerle ese apellido… ¿Pero realmente existe esta independencia? Ser
independiente es posible, pero el precio a pagar muchas veces es que te
excluyan de algunos escenarios. Ejemplo aleatorio: Quiero aplicar a un curso X
porque me parece buenísimo; pero mi trabajo como
Activista-Periodista-Comunicador-Bloguero- o lo que sea no es suficiente sin
una organización que me avale… ¿Ah? ¿Ah? ¿Ah?
Así es, aunque sé que hay gente linda y organizaciones,
pocas, y muy alternativas como para valorar el trabajo de alguien
independiente. Con esto no quiero subvalorar la importancia de organizarse para
hacer frente a determinadas realidades y contextos, pero ¿por qué luchar tanto
personal y colectivamente para ser independientes si al final no te quieren
reconocer tu trabajo? No sé.
Contradicciones del sistema (y la vida).
¿Vale la pena trabajar en nuestra individualidad e
independencia o nos diluimos en la colectividad? El equilibrio, en este caso,
es importante. Pero ser equivalentes desde ambos lugares sería el máxime de mis
expectativas utópicas.
Ilustración tomada del muro de la fanpage "Soy Fan de Quino" |