A veces resulta difícil constatar la
homo/lesbo fobia en un contexto donde realidades identitarias y conflictos se
superponen, pero la transfobia es evidente. El miércoles pasado caminaba junto
a unos compañeros y una compañera transgénera por las calles del centro de León
hacia algún bar en la zona más chic y
excesivamente falsa de esta homofóbica ciudad colonial.
Queríamos ilusamente encontrar un
sitio donde poder estar hasta muy tarde. Y pasó lo que temíamos al intentar
acceder al bar K9, no tan chic y
súper transfóbico. El corpulento portero dijo: “Ustedes sí pueden pasar, pero
ella no”. Cuando empezamos a cuestionarle, pidió la cédula de identidad de ella
que, por supuesto, no le mostró porque intuíamos la humillación que pretendía
hacerle al burlarse y justificar su transfobia en el documento que no refleja
ni respeta su identidad de género asumida. Nadie se quedó en este lugar y
decidimos entrar a otro donde no hubo problema para permanecer, pero las miradas, murmuraciones y risas de las
demás personas en el bar siempre fueron evidencia de la transfobia.