domingo, 9 de marzo de 2014

—Tenés que ser precavido— dijo



Me interesa analizar todo aquello que me detiene. Todo lo que me frena, me inhibe y me impide desbordarme. Esa fuerza sutil que me ata y paraliza. Eso que me hace dar un paso atrás. Qué tal aquella vez en que estuve a punto de decirlo. En ese “no” que no pudo salir de mi boca y me tocó aguantar. Y qué decir de ese deseo horrible de volver a lo que ya sabés cómo fue. A eso que te enamoró y por poco te mató. Me interesan mucho las precauciones. 

Sé que hay muchos tipos de precauciones. Ni qué decir. Yo fui educado con precauciones. Precauciones para hablar con mi mama, con mi papa, con mi hermano mayor…  Precauciones para todo. Es interesante lo que se puede leer de las precauciones. No, no me refiero a las precauciones en sí, si no a los motivos que las generan. Quiero saberlos para ir contra ellos. Para descubrirles la raíz y exterminarles.

Sin embargo, qué pasó esa vez cuando tenía 8 años y me advirtieron no encender la cocina… Y me advirtieron no subirme a aquel árbol de almendras donde me hice mi primer y único esguince de tobillo. Si, todavía me duele en el recuerdo. Pero qué precaución seguiría mi madre cuando me prohibió la amistad con aquel niño del vecindario que, para el sexto grado, ya era mi mejor amigo. Precauciones, precauciones, precauciones. Nunca hice caso a ninguna por voluntad propia.

No recuerdo cuándo cesaron las precauciones. Solo sé que de pronto ya nadie las decía. Las malditas estaban dentro de mi cabeza. Me punzaban debajo del morado que me hice saliendo de su casa la última noche. Y en el hormigueo de mis labios después de los últimos besos del sábado. ¿Cómo dejar de ser precavido? ¿Acaso el dolor no es inexorable? ¿No estamos predestinados al dolor?  Entonces para qué salir corriendo. Para qué apresurarme a huir al encuentro de esa fatalidad que ninguna precaución puede evitar. ¿Sirven de algo las precauciones?

—Tenés que ser precavido— dijo. Y le escuché atentamente. Desobedecí como siempre. Y me he propuesto vivir mi propio cuento. Sin conocer los motivos de las precauciones. Sin precauciones, porque si ha de haber alguna, es la de seguir jugando limpio. ¿Habrá esguince en el tobillo? ¿Cardenal en la rodilla? No creo y no quiero dolores semejantes o peores. Me limito sin precauciones a trabajarme un final feliz por cuenta propia. Que lo demás suceda.     


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