Hernán
me propone un juego, me pide que elija una palabra. Yo me apuro a decir “pija” entre risas. Me
dice que no puede ser esa palabra, mientras me da a beber cerveza del pico de la
botella. Che, qué bonita tu piel, qué
suavecita. Yo me apuro de nuevo a decir “cabeza” y él asiente indicándome
que está bien, entonces, me explica que tengo que decir “cabeza” cada vez que
no aguante en caso de que me esté doliendo mucho. Yo acepto.
También me dice que tengo que obedecer sus órdenes. Yo
acepto. Introduce sus dedos en mi boca y yo se los chupo, y él los lleva más al
fondo hasta provocarme arcadas. Che,
ponete de rodillas. Me inclino y sigo chupando. Me muerde. Me lame. Me
muerde. Me lame. Me muerde. Me lame. Me muerde. Che, date vuelta. Che, qué bonito color. Y me muerde, me muerde, me muerde. Y me lame,
me lame, me lame. Y me golpea. Una bofetada, dos bofetadas. Se va. Yo me quedo roto y vacío.
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