miércoles, 20 de abril de 2016

Pequeño borrador de un epílogo




 No sabía si llamarle a esto “instrucciones para llorar” o “epílogo de finales que llegan sin avisar”. Pero no sé, estoy indeciso y confundido ahora. Así que lo dejo en “pequeño borrador de un epílogo” porque un borrador es un texto no terminado, un texto con ganas de mejorarse o un texto con la esperanza de no escribirse, de no consumarse. Y este texto tal vez tenga ganas de ser eso o tal vez no. No lo sé…

Pero empecemos con lo que serían mis “instrucciones para llorar”. Las mías, a diferencias de las de Julio, no pueden dejar de lado los motivos, pues se centran en ellos. Sin embargo, no quiero ir profundo, si no centrarme en un hecho. Mientras estás bajo la ducha caliente pensás en opciones para la cena. Te ponés optimista y pensás que, aunque no sepás cocinar, podría ser una buena cena. Comer y cocinar siempre son actos de compartirse.   Pensás en esto mientras te dejás el deep clean  unos minutos. Y seguís pensando en que todo podría ir mejor, que la pesadilla de la última noche fue eso: una pesadilla.

Mientras comprás cosas para la cena tu invitado tiene que venir en camino para añadirle un poco de adrenalina. Y entonces, él llegará para sabotearlo todo. Para decirte que se va, que no te quiere. Solamente saldrá de tu vida porque, claramente, a lo mejor, vos nunca estuviste en la de él. Y salir siempre es más fácil para quien se va y no para quien se queda. Después de esto solo seguirán sesiones de llanto que duran tres minutos, pero a diferencia de lo que dice Julio, este llanto no acaba en el momento en que te sacudís la nariz. Te toma por sorpresa incluso mientras dormís  porque proviene de un lugar que hasta ahora desconocés…  

* Ciudad Universitaria, 
Córdoba, Argentina
//Fotografía
 by Waldir Ruiz

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