A Cameron, por todo
lo bueno…
Esto debería llamarse “Metafísica de esos pequeños
descubrimientos que resultan ser grandes acontecimientos olvidados”; pero la
vida tiene que decirse y sentirse breve para-sentir-cosas-grandes. Hablo de sentimientos,
por supuesto. Sensaciones. Instantes memorables y hermosos que luego uno se
olvida.
Qué tal cuando nuestra vida cobró sentido de
placer consciente. Cuando supe que podía disfrutar del placer que me provocaba mi
cuerpo. Mi boca.
Ese acto casi fugaz en el que descubrí el placer de comerme un chocolate. Y ese “¡ay qué es esto horrible que quema mi
garganta!” cuando probamos el primer trago y supimos que, en algún momento,
volveríamos por otro.
Pienso también en cuando empezamos a tomar cerveza
y estuvimos todo el rato sentados que, después de seis litros, quisimos ir al
baño y recordamos “el mundo al revés” que jugábamos chiquitos: nos sentimos auténticos borrachos perdidos
entre sombras.
Sí, claro, cómo olvidar cuando descubrí el placer
de besar. De besarte. Era un impulso. Como la fuerza de gravedad. No había que
pensarlo. Solos estábamos ahí viéndonos y hablando, hablando y viéndonos, entre
silencios equivalentes a largos, cortos y húmedos besos. Era así.
Fotografía by Waldir Ruiz |
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