jueves, 18 de septiembre de 2014

Amor y ruido



He estado paralizado por el estrés. Un poco de insomnio y una lista de cosas por hacer en mi libreta. [Sí, tengo una lista diaria de cosas por hacer porque soy una persona distraída. No he terminado de escribir este párrafo, por ejemplo, cuando ya me distraje viendo la libreta y los colores fluorescentes de las pocas cosas que he hecho hoy]. 

Estoy en la cama pensando. No pienso en que tengo que levantarme. Pienso en que ha pasado un tiempo en que todos estos días sean sentido igual. Tengo mi alma llena de intentos y estoy determinado a seguir intentando. Ese es mi verbo actual: intentar. Aparentemente no puedo hacer más que intentar. 

Y no hablo de intenciones aunque estén relacionados. Hablo de aquellos hechos concretos, aquellas acciones que no consiguen su fin último. Y hay dos cosas que he aprendido de todo esto. Uno: hay deseos fervientes que nos motivan a intentar cosas y que, aunque no lo consigamos, estaremos satisfechos de haberlo hecho. Dos: hay cosas que desde un principio están mal e intentarlo resulta en un gran daño; el amor, por ejemplo. Jamás se intenta. Se está o no se está. Fluye o no fluye.

La violencia, los celos, la manipulación económica, entre otras hierbas, son cosas que no se pueden dejar pasar “por amor”.  Esa idea de “amor” que nuestro sistema patriarcal y machista nos vende es la red y la cortina de humo política con la que mucha gente con potencial social transformador se pierde. Es la idea con la que han sometido a muchas mujeres y hombres. 

Debo decir que el último pastel romántico que me ofrecieron estuvo cubierto de un discurso bonito, pero con una torta romántica fétida [celos, violencia económica, manipulación…]  y, obviamente, difícil de digerir. Aun procuro un desenlace feliz por cuenta propia para todas las facetas de mi vida.

Fotografía by Waldir Ruiz

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