La María José, la hija de mi vecina de en frente tiene una perra dóberman que se llama Muñeca. Todas las tardes salen a la calle a correr. Cómo me encantaría tener un perro para jugar así. Supe que su perra está en cinta de un dálmata y que regalarán los cachorros, “porque no serán de raza pura”.
El lunes en la clase privada de matemáticas y lengua española que me da su mamá le comenté mis ganas de tener una mascota. Ella me comentó que podía regalarme una hembra, porque los machos ya estaban asignados de antemano. Yo le dije que no importaba.
Le pedí a mi mama que me dejara tener un cachorro. El día que me regalaron a la Muñeca, (así le puse yo, como su madre) fue un día muy divertido. Nunca había tenido un perro. Pasé todo el día jugando con ella. Era muy linda. De pelaje negro y marrón como la dóberman, pero con la cola y las orejas largas como dálmata.
12 años después, un 27 de agosto del 2009, despedí a la Muñeca. Una vecina, al parecer, le tiró agua hirviendo mientras la muñeca vagabundeaba en el patio de su casa. La primera vez que supe frente a frente la crueldad de la gente. Nunca me había sentido tan conmovido. Recuerdo que lloré en mi cuarto antes de irme a la universidad, luego que mi papa me diera la noticia que había muerto.
Nunca más he vuelto a tener perros.
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