lunes, 30 de enero de 2017

En algún lugar de la calle 24 de noviembre




  Estaba cansado. Había caminado todo el día por esas calles enormes de Buenos Aires. “Arquitectura peronista” dicen. Vi muchas veces la imagen de la Evita alejarse y acercarse en ese edificio en el que está dibujada. Buscábamos un lugar donde quedarnos, pero no encontramos alguno que se ajustara a nuestras condiciones de estudiantes haciendo turismo. Finalmente, después de ponernos un tanto nerviosos y desesperados, un amigo de una amiga cubana, que vivía en el Barrio Boedo, nos dio hospedaje. Y así fuimos a dar, según las palabras del anfitrión, a “uno de los barrios con mucha historia en Buenos Aires”. Y siempre he querido entender a qué se refieren cuando dicen eso… ¿Acaso sólo cuentan como historia los hechos “importantes”? ¿Quién decide qué es importante y qué no es? 

Conversamos largo rato, luego, el anfitrión decidió dejarnos solos en el depto durante esos cuatro días que estuvimos en Buenos Aires. Me tiré al sofá que se encontraba en el living y me colgué al celular. Solo bastaron unos minutos para que yo ya estuviera envuelto en una conversación en la red social de ligue y que pasara a una cita esa misma noche. Por supuesto, iba estar poco tiempo y había que aprovecharlo… 

Entre las cosas que había perdido, cuando me vine a Argentina, estaba el miedo centroamericano de salir solitario a una cita en la noche, ya no existía. Apenas tenía recuerdos en mi memoria de esos tiempos de miedo. Nos encontramos entre la Av. Boedo y la calle Venezuela.  Él ya estaba ahí esperándome. Yo, como siempre, llegué retrasado. Él era justo como lo había visto en su foto de perfil en la app

Estaba ahí parado en la vereda de enfrente bajo las luces de los faroles, entre el tráfico, aguardando la señal del semáforo para venir hacia mí. Sentía mi corazón latir acelerado. Mi garganta se puso un poco seca. Yo estaba muy contento, casi feliz de verlo, pero nervioso. Horacio se veía como salido del perfil de instagram de algún escritor postmoderno.  Le correspondí el gesto que me hacía para que no me moviera mientras él cruzaba hacia la vereda donde yo estaba.  Después de un saludo con beso en la mejilla me preguntó si quería ir al bar del que me había hablado en el chat. Y yo esbocé un gesto nervioso diciéndole que sí. Sonreímos y caminamos.

El bar parecía de esos que abundan en Buenos Aires, pero era particular. Se respiraba decadencia y nostalgia. Según él, este bar era especial por un tipo de cerveza artesanal negra que le encantaba. Yo lo veía y caía en cuenta en lo mucho que me gustaba. De lo buena que había sido la decisión de salir del depto, aunque estuviera cansado del viaje.

Las distancias eran otra cosa a la que apenas empezaba a acostumbrarme, le comentaba, mientras me servía el vaso de cerveza, dando continuidad a lo que veníamos hablando en la calle. Córdoba y Buenos Aires estaban tan distantes como Managua de San Salvador. O al menos eso había calculado, le decía.

Luego de dos jarras de cerveza me preguntó si quería seguir conversando en su depto. Recordé la razón por la que estaba ahí con él y le dije que sí sin pensarlo dos veces. Me guió mientras preguntaba acerca de cómo me estaba tratando Argentina y yo balbuceé un “bien” a secas. Luego, jugueteamos un poco con las tonadas. Y he de admitir que gracias a él y sus comentarios tuve una conciencia de mi caribeñidad  como nunca antes la había tenido. 

Llegamos a su edificio como en 15 minutos desde el bar. Eran las once de la noche. Se le ocurrió pasar por dos Heineken para continuar nuestra charla bohemia. Subimos al depto, era el 4to R. Un depto absolutamente vacío. Sin ningún mueble para sentarnos, con tan solo un refrigerador en la cocina. Se estaba mudando, intuí. El depto era grande y tenía dos habitaciones, sin contar la habitación de servicio en un espacio bastante discreto arriba de la cocina. El piso de madera brillaba de tan limpio, algo inusual en un depto que está vacío. Nos sentamos en el piso uno junto al otro mientras hablábamos y compartíamos cómodos silencios que se prolongaban entre sonrisas y miradas nerviosas. Terminó su cerveza antes que yo y me quedó viendo con sus ojitos lindos tras sus espejuelos. Me besó tiernamente. Entonces hice pausa y puse la cerveza en el suelo y continuamos besándonos…  Tenía la barba abundante y el cabello rizado. Me gustaba cómo besaba. Sentir cómo hacía cosquillas su barba en mis mejillas y en mi cuello... 
*** 
Horacio estaba sumamente excitado. Toda esa energía contenida, después de semanas dedicadas exclusivamente al trabajo de su tesis doctoral, encontraba su escape en ese chico de acento extraño que había conocido esa noche. Sus manos nerviosas transitaban explorando ese cuerpo nuevo. Y en la habitación vacía con nada más que sus paredes, se dedicaron a conocerse. Los sonidos guturales de Horacio se escucharon dos veces por el eco del lugar vacío. 

Siguieron conversando y acabaron la segunda cerveza. Luego se despidieron y en el ascensor intercambiaron números de celular. Hubo ganas de repetir. Un segundo encuentro fue inevitable.

Al día siguiente se volvieron a encontrar. Esta vez José llegó directo al edificio donde vivía Horacio en algún lugar de la calle 24 de noviembre. José nunca imaginó cómo terminaría esa noche. Se retrasó y tuvo que quedarse fuera del edifico unos minutos. Horacio no tenía internet en el depto y había bajado a llamarlo al celular. De regreso se toparon en la puerta. José selló su disculpa con un beso. En el ascensor, mientras subían, a José le entró al celular una llamada de su amiga, pero prefirió no contestar y centrarse en la cita.

Siguieron el ritual de tomar las dos Heineken  y conversar un poco de todo. Esta vez habían cambiado de espacio, subieron hasta la habitación de servicio. Era pequeña, pero igual de vacía que el resto del depto. Había unos tarros de pintura en el piso, pero estaba lo suficientemente limpio como para tirarse desnudos. Por la ventana que daba al patio interno se filtraba la luz blanca de la luna que esa noche entonaba bien con el ambiente.

Estando en el piso, José le practicó sexo oral a Horacio, quien yacía horizontal en el suelo. Absolutamente relajado. José estaba sobre él y en la sombra se notaba el movimiento frenético de su cabeza. Algún movimiento muy parecido a espasmos empezó a experimentar Horacio. Y José sintió el movimiento peristáltico tan rápido que ya era demasiado tarde, lo único que pudo hacer fue ir corriendo a escupir… 

En la habitación, ambos desnudos, siguieron conversando; sin embargo, de un momento a otro, Horacio se incorporó y con un poco de fuerza subió a José en el dintel de la ventana. José quiso besarlo, pero Horacio no lo dejó. Haciendo un movimiento hacia adelante abrazó a José y lo empujó un poco hacia fuera del dintel, quedando las nalgas de este fuera de la armazón fría,  perpendicular al patio interno. José se rió nervioso buscando la sonrisa del porteño. Y Horacio soltó sus brazos dejándolo caer del cuarto piso…

*Fotografía 
por Flor Velásquez

2 comentarios:

  1. osea, que final heeee..... me quedé como que..... vaya......

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  2. Me re gusta como mezclaste ficción con realidad. Me hizo acordar a una escritora que me gusta muchooo. La genia de Amelie Nothomb. Seguí escribiendo.

    Gus

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