Estaba cansado. Había caminado todo el día por esas calles enormes de Buenos Aires. “Arquitectura peronista” dicen. Vi muchas veces la imagen de la Evita alejarse y acercarse en ese edificio en el que está dibujada. Buscábamos un lugar donde quedarnos, pero no encontramos alguno que se ajustara a nuestras condiciones de estudiantes haciendo turismo. Finalmente, después de ponernos un tanto nerviosos y desesperados, un amigo de una amiga cubana, que vivía en el Barrio Boedo, nos dio hospedaje. Y así fuimos a dar, según las palabras del anfitrión, a “uno de los barrios con mucha historia en Buenos Aires”. Y siempre he querido entender a qué se refieren cuando dicen eso… ¿Acaso sólo cuentan como historia los hechos “importantes”? ¿Quién decide qué es importante y qué no es?
Conversamos largo rato,
luego, el anfitrión decidió dejarnos solos en el depto durante esos cuatro días
que estuvimos en Buenos Aires. Me tiré al sofá que se encontraba en el living y me colgué al celular. Solo bastaron unos minutos para que yo ya
estuviera envuelto en una conversación en la red social de ligue y que pasara a
una cita esa misma noche. Por supuesto, iba estar poco tiempo y había que
aprovecharlo…
Entre las cosas que
había perdido, cuando me vine a Argentina, estaba el miedo centroamericano de
salir solitario a una cita en la noche, ya no existía. Apenas tenía recuerdos
en mi memoria de esos tiempos de miedo. Nos encontramos entre la Av. Boedo y la
calle Venezuela. Él ya estaba ahí
esperándome. Yo, como siempre, llegué retrasado. Él era justo como lo había
visto en su foto de perfil en la app.
Estaba ahí parado en la
vereda de enfrente bajo las luces de los faroles, entre el tráfico, aguardando
la señal del semáforo para venir hacia mí. Sentía mi corazón latir acelerado.
Mi garganta se puso un poco seca. Yo estaba muy contento, casi feliz de verlo,
pero nervioso. Horacio se veía como
salido del perfil de instagram de algún escritor postmoderno. Le correspondí el gesto que me hacía para que
no me moviera mientras él cruzaba hacia la vereda donde yo estaba. Después de un saludo con beso en la mejilla me
preguntó si quería ir al bar del que me había hablado en el chat. Y yo esbocé un gesto nervioso
diciéndole que sí. Sonreímos y caminamos.
El bar parecía de esos
que abundan en Buenos Aires, pero era particular. Se respiraba decadencia y
nostalgia. Según él, este bar era especial por un tipo de cerveza artesanal negra
que le encantaba. Yo lo veía y caía en cuenta en lo mucho que me gustaba. De lo
buena que había sido la decisión de salir del depto, aunque estuviera cansado
del viaje.
Las distancias eran
otra cosa a la que apenas empezaba a acostumbrarme, le comentaba, mientras me
servía el vaso de cerveza, dando continuidad a lo que veníamos hablando en la
calle. Córdoba y Buenos Aires estaban tan distantes como Managua de San
Salvador. O al menos eso había calculado, le decía.
Luego de dos jarras de
cerveza me preguntó si quería seguir conversando en su depto. Recordé la razón
por la que estaba ahí con él y le dije que sí sin pensarlo dos veces. Me guió
mientras preguntaba acerca de cómo me estaba tratando Argentina y yo balbuceé
un “bien” a secas. Luego, jugueteamos un poco con las tonadas. Y he de admitir
que gracias a él y sus comentarios tuve una conciencia de mi caribeñidad como nunca antes la había tenido.
Llegamos a su edificio
como en 15 minutos desde el bar. Eran las once de la noche. Se le ocurrió pasar
por dos Heineken para continuar
nuestra charla bohemia. Subimos al depto, era el 4to R. Un depto absolutamente
vacío. Sin ningún mueble para sentarnos, con tan solo un refrigerador en la
cocina. Se estaba mudando, intuí. El depto era grande y tenía dos habitaciones,
sin contar la habitación de servicio en un espacio bastante discreto arriba de
la cocina. El piso de madera brillaba de tan limpio, algo inusual en un depto
que está vacío. Nos sentamos en el piso uno junto al otro mientras hablábamos y
compartíamos cómodos silencios que se prolongaban entre sonrisas y miradas
nerviosas. Terminó su cerveza antes que yo y me quedó viendo con sus ojitos lindos
tras sus espejuelos. Me besó tiernamente. Entonces hice pausa y puse la cerveza
en el suelo y continuamos besándonos…
Tenía la barba abundante y el cabello rizado. Me gustaba cómo besaba. Sentir
cómo hacía cosquillas su barba en mis mejillas y en mi cuello...
***
Horacio estaba
sumamente excitado. Toda esa energía contenida, después de semanas dedicadas
exclusivamente al trabajo de su tesis doctoral, encontraba su escape en ese
chico de acento extraño que había conocido esa noche. Sus manos nerviosas
transitaban explorando ese cuerpo nuevo. Y en la habitación vacía con nada más que
sus paredes, se dedicaron a conocerse. Los sonidos guturales de Horacio se
escucharon dos veces por el eco del lugar vacío.
Siguieron conversando y
acabaron la segunda cerveza. Luego se despidieron y en el ascensor
intercambiaron números de celular. Hubo ganas de repetir. Un segundo encuentro fue
inevitable.
Al día siguiente se
volvieron a encontrar. Esta vez José llegó directo al edificio donde vivía Horacio
en algún lugar de la calle 24 de noviembre. José nunca imaginó cómo terminaría
esa noche. Se retrasó y tuvo que quedarse fuera del edifico unos minutos. Horacio
no tenía internet en el depto y había bajado a llamarlo al celular. De regreso se
toparon en la puerta. José selló su disculpa con un beso. En el ascensor,
mientras subían, a José le entró al celular una llamada de su amiga, pero
prefirió no contestar y centrarse en la cita.
Siguieron el ritual de
tomar las dos Heineken y conversar un poco de todo. Esta vez habían
cambiado de espacio, subieron hasta la habitación de servicio. Era pequeña,
pero igual de vacía que el resto del depto. Había unos tarros de pintura en el
piso, pero estaba lo suficientemente limpio como para tirarse desnudos. Por la ventana
que daba al patio interno se filtraba la luz blanca de la luna que esa noche
entonaba bien con el ambiente.
Estando en el piso, José
le practicó sexo oral a Horacio, quien yacía horizontal en el suelo.
Absolutamente relajado. José estaba sobre él y en la sombra se notaba el
movimiento frenético de su cabeza. Algún movimiento muy parecido a espasmos
empezó a experimentar Horacio. Y José sintió el movimiento peristáltico tan
rápido que ya era demasiado tarde, lo único que pudo hacer fue ir corriendo a
escupir…
En la habitación, ambos
desnudos, siguieron conversando; sin embargo, de un momento a otro, Horacio se
incorporó y con un poco de fuerza subió a José en el dintel de la ventana. José
quiso besarlo, pero Horacio no lo dejó. Haciendo un movimiento hacia adelante
abrazó a José y lo empujó un poco hacia fuera del dintel, quedando las nalgas
de este fuera de la armazón fría, perpendicular al patio interno. José se rió
nervioso buscando la sonrisa del porteño. Y Horacio soltó sus brazos dejándolo
caer del cuarto piso…
*Fotografía
por Flor Velásquez
por Flor Velásquez
osea, que final heeee..... me quedé como que..... vaya......
ResponderEliminarMe re gusta como mezclaste ficción con realidad. Me hizo acordar a una escritora que me gusta muchooo. La genia de Amelie Nothomb. Seguí escribiendo.
ResponderEliminarGus