Leí el Diario de Ana Frank cuando tenía 17 años, si no mal recuerdo. No fue hace mucho (…casi 5 años, jeje). Lo leí durante mis vacaciones aburridas de fin de año, después de navidad y toda esa lista de fechas en las que se supone uno está “muy feliz” o “muy triste”.
Haber leído ese libro me hizo más fácil darme cuenta por qué la política ha sido una mierda (con el perdón de ustedes). También, en otro sentido, Ana se volvió para mí en una especie de “amiga”. Su desgarrador relato hacía que yo me identificara con ella a pesar de las grandes diferencias: época, sexo, edad, nacionalidad. Ella de primer mundo, yo tercermundista (nada más y nada menos eh?...jeje)
Ana escribió su Diario durante la persecución nazi y el holocausto que sufrió el pueblo judío durante la segunda guerra mundial. Documentó los dos años que estuvo escondida junto a su familia en un viejo edificio en Ámsterdam, hasta que fueron descubiertos. Aunque esta es la principal fama de su diario, hay otros puntos que la joven toca que me conmovieron y que de igual manera yo los he experimentado.
La sensación que me dejó su diario después que lo leí ha permanecido conmigo a lo largo de estos años. Su vocación de escritora es la misma que sentí nacer en mí desde que estaba en segundo año de secundaria. Su pensamiento. Su posición ante el mundo. La época que le tocó vivir y su testimonio; que sobrepasa los límites de su raza, de su país, hacen que se convierta en una representante de los perseguidos, de aquellos grupos o sectores de nuestra sociedad que siguen siendo vistos como parias. Muestra la cara diabólica de la discriminación, porque si hay algo a lo que yo le tengo miedo es a eso: la discriminación, ya sea por raza, sexo o lo que sea.
Ana y yo nos preguntamos (ella a sus 14 y yo a mis 16) para qué escribíamos. Yo sabía que quería ser periodista, en particular, porque disfruto escribir. Ella también lo quería ser. Ana y yo estábamos decididos a escribir aunque lo hiciéramos de manera íntima. Ana y yo (y seguramente muchos jóvenes) nos encontramos ante los hechos sin poder, de ninguna manera aparente, cambiarlos. Sin embargo, de lo que sí estamos seguros es que mientras la vida nos regale un sol, aire, en fin una naturaleza que contemplar, no debemos sentirnos tristes. “Porque el espíritu del hombre es grande y pequeña sus acciones”. Podemos hacer que la situación cambie. Es ahora.
Tuyo, Waldir Ruiz