martes, 10 de marzo de 2015

Continuidad de las historias

Fotografía by Waldir Ruiz
Pienso en el camino recorrido por mi madre. Quizá un camino largo, pedregoso y polvoriento para un jovencito como yo ahora. Lo puedo imaginar. También imagino su miedo, su incertidumbre y angustia. Tiempos que son historia en la que no participé pero a la que pertenezco. Pienso en mi padre, por supuesto. Inanición. Presencia. Ausencia. Violencia. Es el camino recorrido por mi madre. Y es a la vez un camino que, desde antes, ya se dibujaba para mí.

Todo su recorrido y lo ahí sucedido, cada ventana rota y cada puerta cerrada, era para mí ya parte de mi historia. Aunque creo enormemente en la individualidad, esa historia abría ya para mí un privilegio, y no hablo de un privilegio tipo alguna finca Rapaccioli, Belli  u Ortega-Murillo. No. Hablo de tener más tiempo para leer, por tener menos deberes que mis hermanas. O de la pieza de pollo en el almuerzo que fue guardada para mí.  Un privilegio que me hace sentir triste cuando pienso en mis hermanas y sus caminos y sus historias...

Pero pienso también en cuando se desdibujó todo. Cuando se escindió el camino. Y cuando empezó mi historia. Continuar las historias es muy fácil, pero empezar las nuestras requiere muchos días como hojas echadas a perder. Lo difícil que supone vivir en primera persona el manojo de desigualdades, la violencia y la injusticia como alguien diferente. Alguien que, de seguro, en algún momento abandonará otros caminos.

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